blog

Ver esta publicación en Instagram

Sentirse rechazada durante la infancia y la adolescencia te deja con una autoestima de mierda cuando llegas a la edad adulta. Con demasiada frecuencia sientes que no vales: te castigas, exiges, saboteas a ti misma constantemente. Y lo peor es que ni siquiera te das cuenta de que lo haces, porque para ti es algo normal, lo que has visto e imitado toda tu vida, una playlist reproduciéndose en bucle en tu cabeza. Y de repente llega un momento en tu vida en el que tienes que valerte por ti misma, sin depender de nadie. Tienes que trabajar, cocinar, limpiar, hacer la compra y un montón de cosas guays de adultos para las que NO estás preparada. Además, resulta que todo lo que has aprendido sobre las relaciones es mentira. Tú has visto como tu modelo de mujer perdonaba una y otra vez, castigándose, cargando con una culpa que no era suya, con demasiado miedo para actuar y demasiada falta de afecto para dejar que ese alguien que te hace infeliz se marche. Y aquí estás tú, a tus casi 30 años, dándote cuenta de que esta autoestima de mierda que has aprendido es la causa de todo tu dolor. Vale, la solución es obvia: tener autoestima -de la buena-. Simple. Qué fácil. Hay un botón para eso, ¿no? ¿Qué hay que hacer? ¿Perder peso? ¿Follar mucho? ¿Maquillarse y ponerse tacones? ERROR. Lo intentas, pero resulta que son solo parches; una tirita sobre una herida que supura. La solución es bastante más complicada: tienes que conocerte, tener muchas conversaciones incómodas contigo, enfadarte, desahogarte, llorar, perdonarte y aceptarte y quererte con esa mochila que cargas a tu espalda. Es un proceso lento y frustrante: avanzas un pasito hacia adelante y retrocedes tres. Pero sí que hay un pequeño botón, un “click”. En el momento en que te miras a los ojos de verdad y te ves, te reconoces detrás de todo ese odio y esos miedos, te das cuenta de que estás tú, de que siempre has estado ahí contigo, dispuesta a abrazarte. Has decidido no darte por vencida contigo misma. Has decidido quererte. Has hecho “click”. #autoestima #amorpropio

Una publicación compartida de Desiré (@desireofsorority) el

Ver esta publicación en Instagram

Aunque sé que no es cierto, siento que nunca he conseguido nada en mi vida. Acumulo una gran cantidad de fracasos, porque todo lo que otra persona pudiera considerar éxitos (conseguir una beca para ir a Alemania, que me contrataran donde hice las prácticas, un trabajo fijo, etc.), para mí no lo son. No encajan con la idea de logro que he diseñado durante muchos años. Tengo un modelo de perfección muy exigente, una ilusión fantasmagórica de mí que se rige por una moral impecable, que no comete errores, que cambia el mundo. Zahara canta que “todos queríamos ser extraordinarios”; desde luego, yo siempre he querido y todavía quiero serlo, aunque sea una meta poco realista, aunque esa perfección me haga daño, no puedo deshacerme de ella. Porque en realidad, no rechazo esa parte de mí, sigo creyendo que debo convertirme en esa mujer inalcanzable, solo que ahora soy consciente de ello y puedo entender de dónde viene la frustración, la incapacidad de sentirme satisfecha con lo que hago. Según percibo la distancia entre mi yo presente y mi yo perfecta, así es mi desempeño en cualquier tarea. Cuando la distancia es abismal, me veo incapaz de seguir y me rindo: “no valgo, no puedo, nunca lo conseguiré”, ese discurso interno tan familiar. El resto del tiempo me balanceo, me acerco y me alejo de esa sombra, a veces incluso se me olvida que está. Supongo que cada uno tiene su sombra, una silueta hecha a base de recortes, intentando construir de a poco nuestra idea de la perfección como el collage que hace Jim Carrey en El Show de Truman, recortando ojos, boca y nariz de revistas, para no olvidar la imagen de su amada; así actualizamos nosotros también ese retrato de ideal del que nunca nos olvidamos y al que, en el fondo, nos aferramos. Fotos de @margaux.cou ♥️ #perfección #autoexigencia #ideal #fracaso

Una publicación compartida de Desiré (@desireofsorority) el